viernes, abril 27, 2007

Un girasol para mi muerte - Gonzalo Arango (Poeta Nadaista) Fragmentos varios

Un girasol para mi muerte

(...) Me pregunto qué son, qué hacen aquí estas pilas de nombres que desfilan por mi libreta. De repente los veo borrosos como fantasmas, existencias fortuitas, ridículas, que pudieron no existir. Lo mismo yo: si no hubiera nacido, ellos existirían igual. Y esas mujeres que he amado, ¿qué han ganado con mi amor o qué han perdido? Todo era un juego, una pasión inútil. Pues si yo no existiera, “otro Gonzalo” con otro cuerpo las amaría por mí, se dirían secretos, se confesarían la misma pasión. Otros besos las harían estremecer de placer; otras palabras bautizarían esa dulzura. Su felicidad nunca había dependido de mí, sino del azar. Yo había encarnado por un instante la aventura, su rostro furtivo, la imagen de un sueño tan pronto amado como esfumado por un hecho trivial: el silencio, el ruido de un disparo, el golpe de una puerta que se cierra. El reloj seguiría inmutable como si nada hubiera sucedido. Ahora lo sé: ¡La vida es una sucesión de casualidades, y nada es verdad! Sólo la muerte existe. (...)

Ahora amanece y el día es tierno: estoy cansado. Debe ser el oficio de vivir. Hoy, como todas las mañanas, vino el pajarito que canta en el solar, sobre las ramas del limón. Es tan triste su melodía, como de un corazón que sufre. Pero el hombre no conoce el sentido de su dolor. Me pregunto si su canto no alude a cierta “idea” de morir, pues no niego su alma. En todo caso, sé que su melodía no tiene qué ver conmigo: si ayer hubiera muerto, hoy cantaría lo mismo, él cantaría hasta el fin, por eso es un pájaro. Ni mi vida ni mi muerte eran el objeto de su canto. Tal vez el objeto de su canto era el silencio.

Pero no moriré aún, lo juro por mi alma. La muerte sólo recuerda a aquellos que la olvidan. Yo no la olvido, al contrario: le profeso un terror religioso, de ídolo negro. A ella le agrada que le teman, que la admiren, pues es vanidosa y femenina. Todo lo perdona, menos la indiferencia. Entonces mata para ser recordada, para vengarse. Ella “vive” del tiempo y del miedo de los hombres, su alimento es la desesperación. La muerte existe solamente en el hombre: por eso no muere el mar, no muere el río, no muere el árbol, no mueren las estrellas. Sólo muere el hombre, porque “sabe” que muere.

Debo a la muerte, y algún día pagaré. Al nacer acepté el precio de vivir y lo encontré terrible. Para no morir me hice religioso, me aterraba el aniquilamiento, me parecía injusto no ser más, despedirme de mí mismo para siempre. Era un juego de ilusiones y de niño. Luego descubrí mi dura verdad de hombre y acepté la derrota. Desde entonces no aposté más a la ilusión sino a la vida y a este mundo. Pagaré no ser eterno, pero después de vivir plenamente. Aún soy pobre. Sólo la vida me hará rico para pagar al destino. Vivir es un precio tan alto que sólo se paga muriendo. Negar la deuda o apelar a la resignación no resuelve nada, no es viril. Y además, no hay que ser ingratos, pues la miseria total habría sido, por ejemplo, no haber nacido. (...)

Con la luz que agoniza se harán los girasoles de mi tumba. Será, pues, para otro día. Lo prometo. Sólo lamentaré no estar para leer las notas y pegarlas en mi colección de vanidades. Con ellas cerraría el álbum que contiene mi pequeña historia de poeta y de narciso. Al final, hasta podría poner de epitafio esta frase de Shakespeare:

“La vida es un cuento contado por un idiota”. (...)

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