martes, mayo 04, 2010

SOS: Científicos de la sociedad

Por:
Carlos Salazar Morey
Bioquímico, PUC
Magíster Cs. Agricultura, PUC

Todavía recuerdo el Aló Eli: “Le vamos a preguntar a nuestro abogado”, o al médico, al cura, al sicólogo, etc. Entonces pensé y quise con toda mi voluntad que algún día le preguntaran a “nuestro científico”, el único problema es que no se me ocurría qué pregunta iban a hacerle. Eso era entonces.

Claramente nuestra sociedad se ha olvidado que existe una notable actividad llamada ciencia, cuyo avance ha mejorado la calidad de vida de las personas, pero también las ha puesto frente a realidades que preferían evadir. Y es en estas instancias cuando nos vemos forzados a recordarla, a darnos cuenta que tiene demasiadas cosas que decirnos; solo por mencionar una, el terremoto del 27 de febrero fue predicho por una investigación científica publicada el 2009 ¿Y qué hicimos como sociedad para prepararnos para ese momento?

Pero la culpa no es de “la sociedad”, como bioquímico tendría que ser muy caradura para culpar al resto. Fuimos nosotros, los científicos, los que nos olvidamos de la sociedad. Nos encerramos en unas oscuras cavernas que llaman laboratorios, estudiando algo que a nadie más le interesaba (NOTA: Nadie hace referencia a “ninguna persona fuera de la comunidad científica”), con el único fin de publicar los resultados en una revista que nadie lee, pero se supone de prestigio. Prestigio que permitirá acceder a fondos del estado (porque nadie más los aportaría) para realizar más investigaciones a nadie.

¿Resultado? Busque en las imágenes de Google la palabra “científico” o “scientist” y se encontrará con lo que la sociedad piensa de nosotros. Le ahorro la pega:

¿Otro ejercicio? Prenda su televisor y anote las características del primer científico que aparezca, probablemente llegará a cosas como estas: Loco, lenguaje raro, mago, incomprendido, etc. Puede anotar también cuál es su objeto de estudio y verá indefectiblemente que se trata de máquinas del tiempo, armas bélicas ultra poderosas, pócimas de amor o de rejuvenecimiento, etc. Nada más alejado de la realidad, pero repito, la culpa es nuestra.

¿Y quién paga los platos rotos? La sociedad, sin duda. Porque cuando realmente tenemos que hacer nuestra aparición estamos demasiado ocupados postulando a un proyecto o escribiendo un paper. Y dejamos nuestra importante labor formativa en manos de los seres más ineptos que podemos encontrar. Las noticias nos golpean una tras otra: Un día surgió la posibilidad de clonar a un ser vivo, más tarde la de contar con la información genética de una persona. Posteriormente llegaron al mercado los llamados “organismos genéticamente modificados” y sucesivamente nos fuimos enfrentando a sucesos de alto impacto en la sociedad que fueron aprobados (o rechazados) por una comunidad guiada por mitos, miedos y rumores. La guinda de la torta fue puesta hace algún tiempo cuando nuestra sociedad se enfrentó cara a cara con la famosa “píldora del día después”. Tema central donde todos DEBÍAMOS tener una opinión, pero… ¿quién nos entregaba argumentos para construir opinión? Entonces pudimos escuchar en todos los noticiarios y leer en cada titular la opinión de los periodistas, políticos, curas y abogados. Si teníamos suerte podíamos escuchar a algún médico por ahí. Todas las opiniones son muy respetables, por cierto, ¡Pero estábamos frente a un fármaco, el levonorgestrel, cuya acción fisiológica se puso en duda! ¡Un tema netamente científico! ¿Y a cuántos científicos pudimos escuchar? Pocos, muy pocos por cierto.

Lo más lamentable fue que el debate se ideologizó, que es lo peor que le puede ocurrir a una discusión seria. Algunos dirigentes de nuestra sociedad ocuparon su tribuna para decir “los de mi bando decimos ESTO respecto a la píldora”, produciendo en el bando opuesto la respuesta contraria. Y la labor del científico se perdió para siempre, pues si quieres defender una postura inviable, lo único que debes hacer es ideologizar el debate. Esto inmediatamente divide a la población en dos, donde una parte apoyará tu postura únicamente “porque somos del mismo lado” y la otra la rechazará “porque los de tu lado no me gustan”. Cómo olvidar aquella manifestación pública donde en vez de escuchar opiniones acerca de la acción del levonorgestrel, se oía una multitud cantando: “¡El que no salta es Opus Dei!” ¿Acaso no estábamos discutiendo sobre un fármaco?

Esto es lo que sucede cuando el científico llega tarde a la discusión, y cual tumor maligno, la terquedad humana se extendió hasta donde no debía llegar, porque cuando al fin pudimos escuchar algunas voces científicas, muchos ciudadanos pusieron el oído sólo donde les acomodaba y escucharon al científico no para informarse, sino buscando posibles argumentos para validar su prejuiciada posición.

Es por esto que el científico tiene una tremenda responsabilidad social, la de estar presente en el debate, al acecho de las últimas argucias de un partido político o de una ideología por utilizar a la ciencia a su favor. Por lo mismo debo pedir perdón, haré las veces de vocero de la comunidad científica y diré simplemente “perdón”. Perdón, porque llegamos tarde, porque dejamos que otros con muy poco criterio, pero demasiados micrófonos hablaran en nombre de nosotros mientras dormíamos. Perdón, porque nuestra negligencia fue pagada por toda la sociedad.

¡Cómo fue posible que la gente pidiera a gritos la intervención de la ciencia y no fuimos capaces de escucharla!

Pero basta de lamentaciones, pongamos manos a la obra para que las decisiones del futuro no sean tomadas por el ignorante, el fanático, el aprovechador o simplemente el tonto. Necesitamos más científicos presentes en la sociedad, entregando al resto lo que hallamos dentro del laboratorio, divulgando, enseñando, proponiendo y construyendo. Estimados colegas de ciencia, no tengamos miedo a optar por la docencia, la escritura y la dialéctica; el laboratorio no es la única forma de vida para nosotros.

En esta empresa es fundamental la labor de las universidades, que deben reorientar la formación que les están dando a nuestros estudiantes de ciencia, validando la investigación, por cierto, pero a la vez mostrando los diversos caminos que puede tomar el científico. En un curso de pregrado abundan laboratoristas, pero también hay excelentes docentes, notables oradores, formidables líderes y grandes escritores, muchos de ellos podrían entregarnos un periodismo científico de primer nivel, como alguna vez lo hicieron Carl Sagan e Isaac Asimov.

Un país que cuente con una comunidad de científicos alertas a los cambios en la sociedad es un país que puede mantener una mirada crítica, rigurosa, que se hace preguntas y busca respuestas. Busquemos incansablemente ese país, solo entonces contaremos con una voz autorizada cada vez que nos asalten las crisis. No más charlatanes, opinólogos revestidos de diputados, gobernantes ideologizados sin autocrítica, decisiones basadas en cálculos políticos en vez de beneficios sociales respaldados por el método científico.