miércoles, octubre 06, 2010

Soneto 47 (William Shakespeare)

Soneto 47



Mi corazón ha hecho un pacto con mi ojo

y en buena lid, se prestan, recíprocas ayudas.

Si mi ojo está hambriento, por ver como le miras,

o el corazón prendido, se ahoga en mil suspiros.



Entonces goza el ojo, la imagen de mi amor,

y al corazón invita al irreal banquete.

Otras es invitado, mi ojo del corazón

y en esos pensamientos, logra parte de amor.





Así, ya por tu imagen o sea por mi amor,

aún estando tú lejos, estás presente en mí,

pues no puedes llegar, donde yo, si te nombro

y estoy siempre con ellos y ellos están conmigo.



O si duermen, tu imagen, a mi vista despierta,

llamando al corazón, para que ambos se gocen.





Sonnet 47





Betwixt mine eye and heart a league is took,

And each doth good turns now unto the other,

When that mine eye is famish'd for a look,

Or hear in love with sight himself doth smother;



With my love's picture then my eye doth feast,

And to the painted banquet bids my heart;

Another time mine eye is my heart's guest,

And in his thoughts of love doth share a part.



So either by thy picture or my love,

Thyself away, art present still with me,

For thou no farther than my thoughts canst move,

And I am still with them, and they with thee.



Or if they sleep, thy picture in my sight

Awakes my heart, to heart's and eye's delight.

Fanatismos (Joshua Kullock)

2 Oct. 10 Tomado de : Mural

Una de las labores más arduas en mi tarea rabínica consiste en dar respuesta a las posiciones más fundamentalistas dentro de la fe. No hay más que abrir los periódicos y pasearse por las noticias para dar cuenta de que los planteos fanáticos y totalitarios han permeado en las diferentes religiones del planeta y en más de uno de sus representantes. Y aun cuando también es cierto que el fanatismo no es propiedad exclusiva de lo religioso, yo me veo en la necesidad de intentar dar alguna respuesta.

Son los postulados fanáticos de las religiones los cuales han llevado a personas como Bill Maher a filmar películas como "Irreverente" (en inglés su nombre es más punzante: "Religulous"), planteando que la humanidad debe abogar por la desaparición de las religiones, ya que de lo contrario serán las religiones quienes acaben con la humanidad. Maher se dedica a remarcar el costado más extremo de las religiones y a enfatizar las creencias y dogmas que van dando pie a las expresiones más exclusivistas de la fe las cuales, llegado el caso, proponen guerras santas y el silenciamiento de quien opina diferente.

Esos mismos postulados también han originado la posición reactiva de un grupo de personas que plantean que Dios es un mero espejismo, y que las religiones lo envenenan todo. Más aun: incluso el renombrado físico Stephen Hawking ha publicado un nuevo libro en el que sostiene que Dios ya no es necesario para explicar los orígenes del universo.

Como si esto fuera poco, y ligado al fanatismo, se encuentran los niveles de desconocimiento que los creyentes a veces tenemos respecto de nuestra propia fe (y ni que hablar de la fe de los demás). Sin ir más lejos, esta semana el New York Times divulgó una encuesta realizada por el Pew Forum on Religion & Public Life cuyos resultados indican que aquellos que se consideran a sí mismos como ateos saben mucho más de religión que los que pertenecen a grupos religiosos. El periódico americano va un paso más allá y cita las palabras de Dave Silverman, presidente del grupo Ateos Americanos, quien sostiene: "Yo le he dado una Biblia a mi hija. Es así como produces ateos."

Pero, ¿acaso es posible que la lectura de la Biblia produzca ateos? En realidad, a mí me parece que lo que produce ateos y férreos detractores de la fe son las lecturas más fanáticas del texto bíblico y los discursos articulados desde el fundamentalismo religioso en todas sus vertientes. De hecho, yo les confieso que frente a la idea de un Dios que impone al hombre Su voluntad a como dé lugar, me declaro ateo. Frente a una teología que le niega a la humanidad su capacidad de raciocinio y discernimiento, yo paso. Y frente a los planteos de una deidad totalmente disociada de la ética y la moral, e incólume frente al sufrimiento y discriminación de quienes deciden hacer las cosas de manera diferente a la mía sin por eso agredirme ni agraviarme, yo no puedo erigirme en defensor de la religión. Mientras la tendencia de las creencias religiosas sea la de proponer estructuras monolíticas, coercitivas y uniformes con caminos únicos hacia la salvación de la humanidad, entonces habremos caído en el fatídico error de confundir, como reza la metáfora budista, al dedo que apunta hacia la luna con la luna misma.

No obstante, las religiones no tienen por qué caer inevitablemente en los agujeros negros del fanatismo y la sinrazón. Y para que ello no ocurra, deberemos comprometernos a formarnos y estudiar. Porque la ignorancia es el caldo de cultivo idóneo para el surgimiento irrestricto de planteos totalitarios. Y es por eso que bucear en la historia de las religiones y en sus textos es un programa obligado a la hora de formarnos una imagen mucho más acertada de la búsqueda incesante del hombre por acceder no sólo a lo divino, sino también al mejoramiento de la calidad de vida propia, de nuestros prójimos y del mundo en general.

En este sentido, creo que todos aquellos que ridiculizan a las religiones y buscan desenfrenadamente probar la inexistencia de Dios, terminan cayendo en posiciones tan fundamentalistas como sus contrapartes religiosas. Porque como bien sostiene el pensador contemporáneo Philip Clayton, declarar que la religión está vacía de lo divino es un acto de fe semejante al de quien declara que en nuestro mundo es posible encontrar a Dios a cada vuelta de la esquina, siempre esperanzado de que hagamos un buen uso de nuestro libre albedrío. Y siendo ambas posturas sendos actos de fe, el desafío es ante todo aprender a convivir con la diversidad de opiniones divergentes, y luego aceptar con humildad la falta total de certezas respecto a aquello que por siempre morará en los confines del misterio.